Muchas veces solemos llamar Sevilla a lo que sólo es una parte de ella. Somos pretenciosos cuando sobre algo contamos que estaba toda Sevilla, pero siendo la cifra real de participación un mínimo porcentaje del total de sus habitantes. Y hasta referimos de un acto que acudió el todo Sevilla, cuando verdaderamente no hubo más que presencia de un reducido grupo de presuntos importantes. Fuera de ellos, la ciudad es inmensa hasta hacer irrisoria la representatividad que se atribuye a quienes sólo son la gota en el mar.
Con motivo del desfile del Día de las Fuerzas Armadas, se ha vuelto a difundir una Sevilla hinchada, se ha vuelto a divulgar una Sevilla deseada y utópica, más que real. Porque Sevilla no se ha volcado con el desfile del Día de las Fuerzas Armadas, por más que los medios hagan gala de un triunfalismo tácito, por más que, como siempre en estos casos, se sienta una especie de premeditación conjunta a contarnos a nosotros mismos como excelentes y únicos. Eso que en sus crónicas llaman “Sevilla entera”, es una definición que parece despreciar -o como poco disimular- las miles y miles de voluntades que no se sumaron activamente a la celebración.
Este diario que es Sevillainfo ha dado sobradas muestras de verse obligado a ir contra corriente, ejerciendo tantas veces un periodismo en solitario, ajeno a las pautas marcadas. Y en el caso precisamente del desfile, como en tantas otras cosas de la vida de esta ciudad, un periodismo independiente, que lleva el paso cambiado, políticamente incorrecto, que no está por la labor de seguir la inercia de lo esperable ni ser el testigo falso que asevere la existencia de una ciudad que no existe.
A Sevilla le faltó respaldo amplio para homenajear a las Fuerzas Armadas, para entender que el Ejército habita continuamente en la sacrificada paradoja de prepararse para la guerra justamente porque desea la paz. Sevilla se quedó corta en conciencia de Patria, en agradecimiento a la entrega del Rey. Por más gente que cubrió el recorrido en finas hileras al asomo de las vallas, mucha más hubo que pasó de acudir a la celebración. Y los asistentes, salvo excepciones aisladas, dieron más muestras de ánimo y curiosidad por contemplar un espectáculo aéreo y terrestre que de sentirlo. Escasos se oyeron los vítores a España y bien sordos los aplausos a la bandera nacional. Fue una Sevilla afónica, a la que le ganó en vigor y entusiasmo el sonoro orgullo de las voces de unos soldados que merecieron pero no contaron con el coreado al unísono de una ciudad ficticia.
Fotografía: Beatriz Galiano
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