San Roque, la mascarilla del santo protector contra las epidemias

 

Aunque su festividad se celebra el día 16 de agosto, el célebre San Roque, cuyo “perro no tiene rabo”, es el protagonista en estos meses en la plaza de Carmen Benítez de Sevilla, donde se ubica la iglesia parroquial de su mismo nombre. Así consta en su fachada en un cartel en estos días, pues es considerado el patrón que nos defiende de las epidemias y, habida cuenta la que tenemos en lo alto, su figura se agranda y cobra mayor relieve fuera de las fechas de Semana Santa, cuando la parroquia abre sus puertas frente a la capilla de Los Negritos para la salida procesional de sus titulares, Nuestro Padre Jesús de las Penas y Nuestra Señora de Gracia y Esperanza.

 

 

En dicha Iglesia reside igualmente el Santo Crucifijo de San Agustín, obra de Agustín Sánchez Cid (1944), que realizó copia de la obra original, del siglo XIV, tras el incendio provocado en el convento aledaño en 1936, en los inicios de la Guerra Civil, y cuyo edificio está pendiente de ser restaurado para transformarlo en un hotel de lujo. El Cristo de San Agustín llegó a ser antes de su destrucción por la barbarie roja la imagen más venerada en Sevilla, por encima incluso de la devoción actual existente hacia imágenes como la de Jesús del Gran Poder.

 

Pero es el patrón que da nombre a la parroquia quien se convierte ahora en actualidad por su advocación antipestífera (vinculado a la peste bubónica que en el siglo XIV afectó a Italia procedente de Mongolia, donde aún es una enfermedad endémica) y ante la invasión ahora del virus Wuhan. Y es por este motivo que muchos feligreses se acercan a la iglesia con sus mascarillas para prestarle sus oraciones y que las proteja el santo de la posibilidad de contagio.

San Roque (San Rocco, en italiano) fue un personaje nacido a mediados del siglo XIV en Montpellier, en la actual Francia, aunque por aquel tiempo pertenecía al Reino de Mallorca. No se conoce la fecha exacta de su nacimiento (tal vez entre 1345 y 1350), ni tampoco con seguridad la de su muerte, acaecida en Voghera, entre 1376 y 1379, con no más de treinta y dos años.

Según todas las biografías, sus padres, Jean y Libère De La Croix, fueron ejemplares cristianos, adinerados pero dedicados a las obras de caridad. Entristecidos por la falta de un niño, rezaron continuamente a la Virgen María de la antigua Iglesia de Nôtre-Dâme des Tables hasta obtener la gracia solicitada.

Según la devoción piadosa, el pequeño nació con una cruz bermellón impresa en el pecho. Hacia los veinte años perdió a ambos padres y decidió seguir a Cristo hasta el final: vendió todas sus posesiones, se unió a la Tercera Orden Franciscana y, vistiendo el hábito de peregrino, con manto, sombrero, cantimplora y un palo con una concha, hizo votos de ir a Roma a rezar sobre la tumba de los apóstoles Pedro y Pablo.

“Cuenta la tradición que de camino a la Ciudad Eterna pasó por la Riviera de Liguria y se detuvo en oración en la iglesia dedicada a San Vincenzo en el campo donde más tarde se levantará la ciudad de Vallecrosia”.

Lo cierto es que en julio de 1367 se encontraba en Acquapendente, una preciosa villa de la provincia de Viterbo, donde, ignorando los consejos de las personas que huían de la peste, San Rocco pidió servir en el hospital local, poniéndose al servicio de todos. Al trazar la señal de la cruz sobre los enfermos, invocando la Trinidad para la curación de las víctimas de la plaga, San Rocco se convirtió, según las crónicas de la época, en el instrumento de Dios para realizar curaciones milagrosas.

En Acquapendente San Rocco se detuvo durante unos tres meses, hasta que la epidemia disminuyó, y luego se dirigió a Emilia Romagna, donde la enfermedad se extendía con mayor violencia, para poder ayudar a las desafortunadas víctimas de la plaga.

La llegada a Roma se puede fechar entre 1367 y principios de 1368 y es aquí donde tuvo lugar el milagro más famoso de San Rocco: la curación de un cardenal, liberado de la plaga tras trazar el signo de la Cruz en su frente. Fue este cardenal quien presentó a San Rocco al Papa: el encuentro con el Papa fue el momento culminante de su estancia en Roma.

 

Escena de San Roque que recoge la presentación del Santo ante el Papa de Roma.

 

La salida de Roma tuvo lugar entre 1370 y 1371. Varias tradiciones indican la presencia del santo en Rimini, Forlì, Cesena, Parma, Bolonia, pero lo cierto es que en julio de 1371 se encuentra en Piacenza, en el hospital de Nuestra Señora de Belén.

Allí prosiguió su labor de consuelo y asistencia a los enfermos, hasta que descubrió que había sido golpeado por la peste. Por iniciativa propia o quizás ahuyentado por la gente, se alejó de la ciudad y se refugió en un bosque cerca de Sarmato, entre la Toscana y Milán, en una cabaña cerca del río Trebbia.

Al parecer, un perro lo encuentra y lo salva del hambre llevándole un trozo de pan todos los días y, tal vez lamiéndole las llagas, logra sanarle las pústulas con las que se le suele representar, hasta que su rico amo, siguiéndolo, descubre el refugio del Santo. Es este el famoso perro que da origen al conocido trabalenguas educativo “El perro de san Roque no tiene rabo porque Ramón Ramírez se lo ha cortado” que pone a prueba todavía la correcta pronunciación por los niños de esa letra del alfabeto.

Sea como fuere, parece que el joven peregrino logró evadir la muerte y siguió dedicado a curar y aliviar los sufrimientos de la gente. Mientras tanto, en todos los lugares por donde había pasado se hizo famoso por las muchas sanaciones tras recibir la señal de la cruz de Rocco. Todos hablaban del joven peregrino que traía la caridad de Cristo y el poder milagroso de Dios.

Tras su recuperación, San Rocco reanuda su viaje para regresar a casa, pero se ve envuelto en los complicados acontecimientos políticos de la época: es arrestado como sospechoso y llevado en Voghera ante el gobernador. Cuando se le preguntó, se negó a revelar su nombre para cumplir su voto, diciendo sólo que era “un humilde siervo de Jesucristo”.

Fue por ello encarcelado y pasó cinco años allí, experimentando esta nueva prueba como un “purgatorio” para la expiación de los pecados. Cuando se acercaba la muerte, le pidió al carcelero que le trajera un sacerdote y ocurrieron algunos hechos prodigiosos que indujeron a los presentes a notificarlos al Gobernador.

Los rumores se difundieron rápidamente, pero cuando se reabrió la puerta de la celda, antes de expirar, el Santo había obtenido de Dios el don de convertirse en intercesor de todos los enfermos de peste que invocaban su nombre, nombre que fue descubierto por la anciana madre del Gobernador o por su nodriza por un detalle de la cruz bermeja en el pecho y así fue reconocido como Rocco de Montpellier.

San Rocco fue enterrado con todos los honores y el Concilio de Constanza de 1414 lo invocó como santo por haberles librado de la epidemia de peste que allí se extendió durante las obras conciliares.

En 1485 sus restos (salvo parte de los huesos de un brazo) fueron llevados de Voghera a Venecia, encontrando su ubicación definitiva en la preciosa iglesia de San Rocco, ornada con cuadros de Tintoretto que recogen diversas escenas de la vida del Santo. Posteriormente, por voluntad del Papa Clemente VIII en 1575 se envió a Roma una reliquia (los huesos del Brazo Derecho) y se donó otra parte de las reliquias (incluida una tibia) al santuario de Montpellier.

 

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