Tras el éxito de su hoy agotada “Los bares del diablo” – pronto con reedición revisada y ampliada- vuelve con un libro de relatos editado por la editorial andaluza Versátiles Editorial.
En el prólogo de Salva Robles se recoge una semblanza muy contundente y acertada de la autora, “Natacha no escribe. Ella dispara, ya que sus palabras son como balas.” Por su parte, el artista Antonio Seijas precisa aún más: “Sus relatos son realmente como puñetazos, que dejan retumbando cada uno de nuestros huesos”.
Y es que “Historias mínimas” es un conjunto de textos, cortos y potentes, que se van hilvanando inteligentemente para formar un todo sin fisuras. Se combinan estilos, narraciones en primera persona con otras en tercera, historias cotidianas con pensamientos íntimos, diálogos, relatos que parecen sacados de una historia mayor, y microrrelatos numerados que se van intercalando certeramente entre el resto de prosas, concediendo “espacios de respiración”.
En una autora casi novel llama la atención el uso matemático, casi milimétrico del lenguaje, casi con un toque “minimalista”. También es reseñable su capacidad para crear frases que parecen incluir mundos y vidas enteras y conseguir que los lectores entren a formar parte de ellas, a veces viéndose arrastrados sin posibilidad de remisión.
Seleccionado para el Premio de la Crítica Andaluza
En esta obra hay soledades, vacíos, amores incompletos, totales, salvajes, interiores tormentosos, desesperanza, pero también plasma la belleza y poesía. La precisión de su prosa es compatible con el fondo poético que inunda cada texto, y la minuciosidad en la elección de cada palabra, antes citada nos lleva sin ambages a la alta Literatura. No en vano, el libro ha sido seleccionado para el Premio de la Crítica Andaluza
Un capítulo singular lo componen los relatos de metaficción, en los que obliga a interactuar con el lector.
Un interesante aporte gráfico
En la parte gráfica, la portada es una foto de Javier Marín, y cuenta con dos ilustraciones interiores, que acompañan a dos de los relatos, una obra del pintor canario Rafaely y otra pintura, un retrato de Julio Cortazar, a cargo del conocido artista gallego Antonio Seijas.
Cortázar presente
Y es que Cortazar, asoma en un par de historias, pero más allá de esto, el peso de la identitaria voz de la autora se pinta con fuerza propia en cada página y el talento literario y creativo se plasma con lucidez en los finales. Un ámbito en el que suelen flojear autores consagrados. Finales sorprendentes, perturbadores y desconcertantes, pero siempre certeros y contundentes.
Detrás de este segundo libro de Natacha G. Mendoza hay talento y una enorme sensibilidad. Es, en definitiva, una obra muy potente, en la que a pesar de la diversidad de estilos el resultado final es redondo y sin fisuras, y la disposición de cada texto va marcando un ritmo global conjunto, creando una suerte de musicalidad que nos indica que, más que de escritora, detrás de este libro hay una alma de artista. Y si se parece a alguien, sólo se parece a Natacha, de la que han escrito “Es un género literario en sí misma”.
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