Es un enorme templo renacentista (por más que durante un periodo lo llamaran capilla universitaria), construido originalmente como iglesia de la Casa Profesa de la Compañía de Jesús, fundada hacia 1565, formando un conjunto arquitectónico con el convento, donde actualmente se ubica la Facultad de Bellas Artes (de nueva fábrica salvo el patio que fue claustro), en la céntrica calle Laraña.
Pero en 1767 se produjo la expulsión de los jesuítas y, poco después, en 1771, se trasladó hasta allí, para establecer su sede en el antiguo convento, la Universidad de Sevilla, por lo que el templo empezó a hacer las veces de “capilla” universitaria, hasta que en 1956 la Universidad y su Rectorado tomaron como siguiente destino la antigua Real Fábrica de Tabacos, con entrada principal por la calle San Fernando, donde sigue.
El edificio quedó entonces abandonado y cerrado durante años. Pero no así la Iglesia de la Anunciación, en la que permaneció hasta bien entrados los años 60 del siglo XX la Hermandad de Los Estudiantes tras el periplo universitario que le dio razón de ser. Dejó constancia de esa fuerte vinculación entre Universidad y cofradía un retablo del Cristo de la Buena Muerte (con la firma nada menos que de Antonio Kierman) que aún permanece en la fachada que da a la Plaza de la Encarnación. Y no puede quedar sin destacarse que durante la Guerra Civil también tuvo allí su residencia la Hermandad de La Macarena, conviviendo un tiempo con la de Los Estudiantes, y favoreciendo entre ambas corporaciones una estrecha y entrañable relación que se ha conmemorado en señaladas y redondas fechas. No obstante, resulta curioso que, al menos visible al público, no quede testimonio en lápida o azulejo alguno de esta travesía y coincidencia verdaderamente histórica.
Más tarde llegó a la Anunciación para quedarse la Hermandad del Valle, procedente de la iglesia del Santo Ángel, en la calle Rioja. Y allí permanece ocupando, conforme se accede al templo, un altar próximo a una pequeña puerta de la sacristía y a la izquierda del retablo mayor.
Pero la larga y secular trayectoria de la Iglesia de la Anunciación, bajo cuyas losas se halla el Panteón de Sevillanos Ilustres, impecable por cierto y con los hermanos Bécquer o José María Izquierdo entre otros, no ha sido bastante para que el templo haya logrado su configuración, su estilo propio y uniforme, su acabado perfecto. Al contrario, incluso unos enterramientos a manera de monumentos funerarios encajados en dos grandes hornacinas, que hoy hacen las veces de altares de imágenes secundarias de los pasos del Valle (como la Verónica y las santas mujeres, o el antiguo San Juan que en tiempos flanqueó bajo palio a la dolorosa junto a la Magdalena), fueron trasladados al Monasterio de la Cartuja con ocasión de la Exposición Universal de 1992. Ciertamente de allí habían llegado ya antes, en 1838, por la Desamortización de Mendizábal. Son las tumbas matrimoniales de la familia Ribera.
El templo es un inmenso espacio, de planta y de altura, que parece dificultar la posibilidad de abarcarlo en los elementos adecuados a su categoría. Todo está disperso, sin vinculaciones, reuniendo un recorrido diverso de aspectos sin ligazón, con enseres incluso que toman allí una especie de sede de almacenamientos, como las butacas o estructuras metálicas situadas a la izquierda de la entrada, junto a un confesionario que ya no parece estar dedicado a su función original. A la derecha del primer cuerpo y estancia de la iglesia -bajo el órgano y el lugar destinado a coro- se han buscado acomodo unos forzados y feísimos expositores con cierres de cristal que contienen, entre otras, las tallas de San Francisco de Borja (tercer Padre General de los Jesuítas) y de San Ignacio de Loyola (cuyo autor es Martínez Montañés).
Seguidamente hay un retablo dedicado a San Juan Bautista, con obras escultóricas de Martínez Montañés. Su reciente restauración se ha hecho con el mal gusto de colocarle al lado un cubo de madera moderna con la explicación del retablo. Es lo que en Sevilla se llama un pegote.
La iglesia en su conjunto tiene forma de cruz latina, estando en el brazo del Evangelio el altar que ocupan las imágenes de la Hermandad del Valle, que en opinión de muchos sevillanos deberían haber presidido el altar mayor, ante el conjunto pictórico debido entre otros a Juan de Roelas y Antonio Mohedano en el siglo XVII. Ello permitiría, además de resaltar y dar importancia justa a una Hermandad señera y clásica de la Semana Santa de Sevilla, una orientación de los bancos dirigida hacia el centro del templo, no como ahora desviada de pronto y al final de la planta para dar la cara al altar de la Hermandad del Valle, seguramente el lugar más cálido y acogedor de un enorme espacio tan inmenso como frío y desangelado en la actualidad.
Por último, y en el lado contrario del crucero al altar del Valle, hay un retablo dedicado a la Inmaculada (de la escuela de Montañés), junto a una puerta que comunica con la Facultad de Bellas Artes y que da acceso al Panteón de Sevillanos Ilustres. Ante dicho retablo se hallan ahora mismo, por imperativos de la pandemia cuyas normas impiden su traslado, los pasos al descubierto de la Coronación de Espinas y del Señor con la Cruz al Hombro.
En resumen, todo se muestra como una amalgama sin planteamientos ni directrices, nada acorde para muchos visitantes con lo que desde la calle y antes de entrar les cabe esperar de una iglesia que exteriormente llama la atención por su tamaño y la alta linterna de su cúpula.
Fotografías de Beatriz Galiano
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