Con el sol convertido en luna y semi oculto en una especie de calima gris que presagiaba el rolar de los vientos, ayer jueves 22 de julio, 18 jóvenes instrumentistas de cuerda vestidos de blanco bajo la dirección del genial artista José Miguel Évora modificaron el paisaje de la desembocadura del Guadalquivir con la interpretación de la Primavera de Vivaldi mientras el astro rey, fatigado, se conducía hacia sus aposentos detrás del horizonte.
Numeroso público se congregó a la altura del chiringuito VidaMía para asistir a esta ocasión única que perfumó la playa de La Jara y envolvió la tarde en una paz fuera del tiempo, con la tenue línea del Coto de fondo y la plata de las aguas reverberando en la despedida del día, con las notas de los violines, cellos y contrabajo bailando sobre las pacíficas aguas atlánticas.
Quiso la naturaleza para la ocasión brindarle al espectáculo una luz magallánica, en algo dramática, épica y excepcional, que terminó despidiéndose con una reaparición final del sol cuando estaba a punto de esconderse para teñir de rosas explosivos los cielos del ocaso en Sanlúcar, tal vez como agradecimiento por el regalo recibido.
Una tarde única e inolvidable para un crepúsculo que contó entre los asistentes con el concejal delegado de Cultura y Fiestas del Ayuntamiento, Manuel Lobato, la actriz y cantante Gala Évora, hija del artista sanluqueño, la también ex componente del grupo musical Papá Levante, Sandra, así como la modelo Rocio Crusset, hija de los periodistas Carlos Herrera y Mariló Montero.
No digan que en la realidad no suenan violines en las grandes ocasiones como en el cine. A veces sí, gracias a los mágicos momentos que nos regalan iniciativas tan brillantes como esta nueva vez de Évora.
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