El Ayuntamiento de Sevilla y sus obras. El Conde de Ibarra (II)

El Ayuntamiento de Sevilla y sus obras. El Conde de Ibarra

Estimados lectores: continuamos con la semblanza de  José María de Ibarra y Gutiérrez de Caviedes, personaje ilustre en la historia de nuestra ciudad. En el anterior artículo comenzamos desde su etapa más joven desgranando parte de su actividad tanto en sus negocios como en la vida pública de Sevilla.

Fue alcalde de Sevilla entre 1875 y 1877, durante el reinado de Alfonso XII,  siendo uno de los alcaldes más significativos de la etapa política de la Restauración Borbónica, y muy comprometido con la ciudad. En su época, Sevilla fue doble corte, al volver del exilio tanto  los duques de Montpensier como  la exreina Isabel II, instalada en el Real Alcázar, cuyas relaciones eran tirantes (el duque, don Antonio de Orleans, había intentado convertirse en rey al quedar vacante el trono tras el destierro de la reina Isabel, e incluso se rumoreaba que había conspirado contra ella para derrocarla), actuando Ibarra con diplomacia ante tal situación. José María pertenecía a la alta burguesía, militando durante el reinado de Isabel II en el partido Moderado, y, tras llegar al trono Alfonso XII se integró en el partido Liberal-conservador de Cánovas del Castillo. Tuvo amistad con los duques de Montpensier y con el gobernador civil Antonio Guerola.

Como comenté en el artículo anterior, la Feria de Abril había ido perdiendo su carácter mercantil, adoptando otro festivo y lúdico, por lo que Ibarra intentó, sin éxito, devolverle a la feria su carácter comercial, defendiendo con insistencia la necesidad  de una segunda feria con los mismos objetivos que la feria inicial de 1847, algo que los sucesivos gobiernos municipales aceptaron y no pudieron cumplir, de ahí que, al tomar posesión de su cargo  público de alcalde, llevó a la práctica, fundando la feria ganadera de San Miguel en 1875, celebrándose los días 28, 29 y 30 de septiembre en el Prado de San Sebastián con corridas de toros ( dejándose de celebrar en 1970 ). Durante su mandato, además, se arregló la Biblioteca municipal; ordenó la colocación del escudo de la ciudad en el ático de la fachada de la Plaza Nueva y se culminaron las obras en la fachada renacentista, rematada por una balaustrada; dispuso que a la entrada y salida de los edificios -desfilando la Corporación bajo mazas- la Banda de música municipal rindiera honores interpretando el Himno nacional; estableció que los guardias municipales que llevaran armas de fuego dependerían directa y exclusivamente del alcalde, que era el único que podía nombrarlos y cesarlos; ordenó la instalación de los primeros palcos de  la Semana Santa en la Plaza de San Francisco, ocupando al principio el lado de la fachada en dirección a la calle Génova ( actual avenida de la Constitución ), y posteriormente el lado de la fachada en dirección a la calle Sierpes, y que servían para recaudar dinero para que las cofradías pudieran salir a la calle en procesión, y prohibió, mediante un bando,  que  se colocaran sillas en la carrera oficial sin permiso previo del alcalde, bajo pena de multa impuesta por la Guardia municipal.

Asimismo, respecto al Asilo de la Mendicidad de San Fernando (creado en su etapa de concejal, como ya comenté), cuyo mantenimiento resultaba gravoso para el Ayuntamiento, Ibarra, al resultar insuficientes los recursos económicos para tal fin, dispuso que se aumentaran los ingresos con el dinero percibido de la colocación de sillas en sitios públicos, y de las cédulas personales obligatorias para todos los vecinos de Sevilla (eran los primitivos documentos de identidad). En 1876 instaló en el edificio del exconvento de Capuchinos el Albergue de desvalidos, un anexo del Asilo que acogía a los mendigos  que pedían limosna en las calles sin licencia para ello o no tuvieran donde alojarse, y allí se les daba comida y alojamiento, así como a los contagiados por las epidemias (del cólera, por ejemplo, a los que se les enviaba al Hospital de las Cinco Llagas). En junio de 1876 se aprobó un Reglamento municipal por el que se regulaba la beneficencia domiciliaria, para que los médicos asistieran  gratuitamente a los enfermos pobres en sus casas, y se adoptaran medidas higiénicas idóneas en las mismas. Este reglamento se completó con un Bando de 30 de junio de 1876 por el que Ibarra dividió Sevilla en diez distritos, poniendo al frente de cada uno a un médico, obligado a visitar gratuitamente a todos los enfermos pobres de su circunscripción, y además en cada distrito habría una farmacia para que los menesterosos pudieran obtener las medicinas prescritas. Por otra parte, el Ayuntamiento se vería ayudado por las juntas parroquiales de beneficencia, que entregaban diariamente a los pobres enfermos y a sus familias en sus casas alimentos y todos los artículos de consumo que se consideraran necesarios, y a través de ellas asistencia facultativa y medicinas. Esta asistencia también iba dirigida a los indigentes y los huérfanos pobres y expósitos.

También en 1876  Ibarra inició la construcción de las estructuras metálicas del mercado del Barranco, de la que se encargó la empresa Portilla y White; se realizó la segunda fase de la Plaza de Armas; encargó al arquitecto Juan Talavera de la Vega la terminación de la plaza de toros de la Maestranza; ordenó limpiar y colocar rejas de hierro y fosos alrededor de las columnas de la Alameda de Hércules para protegerlas del público; se redactaron unas nuevas Ordenanzas municipales que sustituyeron a las de 1850; se desató una epidemia de viruela, realizando la congregación religiosa de las Hermanas de la Cruz, recién fundada, una intensa labor de ayuda en la ciudad que tuvo la admiración de todos los sevillanos del momento; se sufrió una plaga de langosta, formándose una Comisión formada entre otros miembros por Ibarra para organizar las labores de extinción con la colaboración de los vecinos; se vitoreó a los soldados que regresaban a Sevilla tras el fin de la tercera guerra carlista y se aplaudió la aprobación de la Constitución de 1876.

En 1877  llegaron a Sevilla los restos del rey Pedro I, que se llevaron a la Catedral, depositándose en la cripta de la Capilla Real. A Ibarra  le preocupaba la instrucción del pueblo, razón por la que quería acabar con la ignorancia del proletariado, analfabeto, atendiendo a la enseñanza primaria, promoviendo la creación de escuelas, costeando de su bolsillo locales para instalarlas, mejorando la situación de los maestros, regalando el material de estudio, dando premios para estimular la aplicación de los alumnos, etc… y se fundaron dos escuelas gratuitas en el arrabal de San Roque, una para niños y otra para niñas.

Ibarra recibió cortésmente a diversas personalidades que visitaron Sevilla, como el príncipe de Gales Eduardo (futuro Eduardo VII), o la princesa Ratazzi. Pero, sobre todo, destacan dos:

A) Por un lado, el rey Alfonso XII en marzo de 1877, creándose una Comisión mixta de Diputación y Ayuntamiento presidida por el alcalde Ibarra para organizar los preparativos y festejos de la visita regia. Ibarra dictó un Bando que mandó colocar en las principales calles y plazas de Sevilla, animando a los sevillanos a recibir al monarca con entusiasmo. Se embellecieron  y engalanaron el Ayuntamiento (con un juego de luces), la Diputación y los principales edificios públicos. El rey llegó a la estación de San Bernardo, y entró en Sevilla a caballo  por la calle San Fernando, bajo un gran arco triunfal, y durante su estancia visitó el Museo de Bellas Artes, el Hospital de la Caridad, Archivo de Indias, Fábrica de Tabacos, Catedral, etc…Al coincidir su visita con la Semana Santa, presenció las procesiones desde el palco que tenían los duques de Montpensier en el andén del Ayuntamiento que daba a la Plaza de San Francisco , y presidió el cortejo de la hermandad del Santo Entierro. Además colocó la primera piedra del monumento dedicado a San Fernando en la Plaza Nueva, y visitó el cuerpo incorrupto del santo rey en la Capilla Real de la Catedral. Abandonó Sevilla Alfonso XII por la estación de Córdoba, siendo despedido por las autoridades locales y provinciales.

B) Por otro lado, la visita de la reina Isabel II, entrando en Sevilla por la Puerta de Triana, siendo  vitoreada por las calles y  organizando el Ayuntamiento, durante tres días, actos de homenaje (con encendido de luminarias en los edificios públicos, bandas de música y fuegos artificiales), asistiendo la reina a teatros, cacerías, carreras de Caballos en Tablada, y repartiendo cuantiosos donativos para los pobres.

En abril de 1877 visitó la reina la Feria acompañada del alcalde Ibarra, el cual , por tal motivo, había ordenado que las lámparas de varias calles del recinto fueran cubiertas con farolillos de papel de estilo veneciano por vez primera, para unificar y dar mayor homogeneidad decorativa ( que hasta entonces había tenido una decoración dispar ), y toda la zona entre la calle San Fernando y la Puerta de la Carne se decoró con dichos farolillos; además reordenó y normalizó el aspecto de la Feria, que hasta entonces había crecido sin control. Y desde entonces, los farolillos son parte esencial de la decoración del recinto ferial.

También en ese año de 1877, el rey Alfonso XII,  por iniciativa del gobernador Guerola y a petición de Cánovas del Castillo, le concedió a José María de Ibarra el título nobiliario de Conde de Ibarra, que trató de rechazar, pero que aceptó a instancias de varios amigos que se lo pidieron.

Ibarra tuvo que hacer frente a dos terribles inundaciones, casi seguidas, de suma gravedad, ya que, al demolerse parte de las murallas que servían de defensa  y del dique de contención, Sevilla quedó más expuesta a las crecidas del río Guadalquivir, cuyos meandros eran muy acusados, obstaculizando la evacuación del agua hacia el mar, lo cual, unido a la pleamar de las mareas y al agua de lluvia produjo un gran aumento del caudal del río, desbordándose el agua de su cauce y provocando riadas de considerable magnitud, penetrando el agua en la ciudad con mucha fuerza, llegando libremente a lugares a los que nunca había llegado anteriormente, ya que las medidas de contención no eran aún demasiado eficaces. También contribuyeron a dichas inundaciones el río Guadaira y los arroyos Tamarguillo, y Tagarete,  al aumentar sus caudales por la abundancia de agua de  lluvia que cayó, llegando el agua a subir de nivel por encima de los 8 metros de altura. La primera  inundación  se produjo en diciembre de 1876, y fue catastrófica; tras un período de intensas y continuas lluvias, el río Guadalquivir se desbordó, y el agua abrió una brecha en las contenciones construidas,  destruyendo, a la altura de la Macarena, más de 70 metros del malecón de tierra que protegía la ciudad, y dos tercios de Sevilla quedaron inundados, así como casi todo el arrabal de Triana ( en ese momento, los barrios extramuros no tenían protección frente a las crecidas del río Guadalquivir al no estar incorporados a la ciudad, y eran muy castigados ), con fatales consecuencias ( destrucción de viviendas, rotura de pozos negros, daños en comercios e industrias… y pérdida de vidas humanas ). A veces, los vecinos pedían socorro desde los balcones más elevados, e Ibarra se aprestó a auxiliar a los sevillanos afectados por la riada, y, siguiendo  experiencias anteriores habilitó campamentos en los que alojó a muchos vecinos, distribuyendo él personalmente hogazas de pan entre la población, contando también con la ayuda del Hospital de La Caridad y de las Juntas parroquiales de beneficencia, así como de Isabel II y de los duques de Montpensier, que se ofrecieron a pagar hogazas de pan a diario, permaneciendo Ibarra durante cinco días en el ayuntamiento junto con el gobernador civil organizándolo todo. A finales de diciembre, las aguas habían bajado y la situación empezaba a normalizarse en Sevilla e Ibarra solicitó ayuda del Gobierno para paliar la catástrofe, recibiendo la aprobación del Ministerio de Fomento para ejecutar obras de defensa de riadas, pero no dio tiempo a nada porque, a principios de enero de 1877 volvió a llover intensamente sobre Sevilla, desbordándose el río Guadaira, el arroyo Tagarete y el Guadalquivir, inundándose el arrabal de San Jerónimo, y penetrando el agua de nuevo en la ciudad; ante tal situación Ibarra volvió a ponerse al frente del Ayuntamiento.( En el muro de la Torre del Oro hay una placa que indica que el nivel que  alcanzó el agua durante la inundación de 1876 fue de 10,50 metros ).

Ibarra adoptó un incipiente servicio telegráfico de avisos y alerta  de crecidas del caudal del río Guadalquivir con el fin de adelantarse y tener tiempo suficiente para preparar la defensa y salvamento de la población de inundaciones. Su amigo, el gobernador civil Guerola, comentó que Ibarra trabajó durante las inundaciones de  Sevilla “como un joven de 25 años con la experiencia de sus 60 años “, siendo muy probable que el arduo trabajo que llevó a cabo en una Sevilla cubierta por el agua afectara a su salud. Además, hay que tener en cuenta que cuando el agua se retiró y volvió a su cauce, quedaron en la ciudad lodos y aguas estancadas, focos de diversas enfermedades contagiosas.

Ya enfermo, dimitió de su cargo de alcalde de Sevilla, y su estado de salud se fue agravando, hasta que falleció el día 14 de mayo de 1878, acompañado en su agonía por sus hijos, familiares y su amigo el gobernador Guerola, que no se separó ni un instante de su lecho de muerte ( su esposa había fallecido en 1855 ). Antes de morir, pidió a sus hijos que conservaran el grupo económico familiar y que lo desarrollaran y acrecentaran. En su testamento pidió  unos funerales sin pompa, un entierro de caridad sin esquelas funerarias, y que los pobres del Asilo de San Fernando rodearan su cadáver. El diario El Porvenir publicó la noticia al día siguiente: “A la una de la madrugada de ayer ha dejado de existir el Sr. D. José María de  Ibarra y Gutiérrez de Caviedes. Sevilla ha perdido a uno de sus hijos adoptivos más ilustres y más benéficos, cuyo corazón estaba siempre abierto a los sentimientos más nobles y generosos y cuya mano era, puede decirse la providencia de nuestros hospitales. En el día de ayer la ciudad entera, sin distinción de clases, seguía con  dolorosa inquietud los progresos del terrible padecimiento…”El funeral se celebró en la parroquia de San Nicolás, y fue modesto, conforme a su voluntad, si bien tuvo una numerosa concurrencia, ya que toda Sevilla, de forma espontánea, asistió a su entierro. El duelo fue presidido por sus familiares, el hermano mayor de la Santa Caridad y primeras autoridades, el gobernador civil y demás poderes públicos. El féretro fue llevado en andas por los hermanos de la Caridad, seguido por los músicos, sin instrumentos, del asilo de la Mendicidad de San Fernando y numerosos ancianos y niños acogidos en dicha institución, acompañándole también una multitud de ciudadanos… Al pasar por la feligresía de San Roque, los niños y niñas de las escuelas gratuitas del barrio, fundadas por Ibarra, salieron de sus aulas, rezaron un Padrenuestro y un Avemaría, y, como signo de gratitud, colocaron sobre el ataúd una corona de flores siemprevivas con la siguiente  inscripción en su cinta: “Las escuelas públicas de niños y niñas de San Roque a su insigne protector. “ Después, al llegar a la puerta de la Macarena fue recibido el féretro por el director y empleados del hospital de las Cinco llagas y por las hermanas de la Caridad que acompañaron al ataúd, entre numerosos pobres y niños con hachas encendidas, hasta la iglesia de dicho hospital, para ser enterrado en un sepulcro preparado en la capilla del Tránsito de San José, que el Gobierno había concedido por mediación del gobernador Guerola. Los restos de su esposa fueron depositados allí en 1880.

La junta directiva de la Asociación Sevillana de Amigos de los Pobres, reunida el mismo día de la muerte de Ibarra, celebró una misa por él en la parroquia de San Julián, además, sus miembros  pidieron  a la familia una foto suya para colocarla en su sala de sesiones y autorización para poder escribir y publicar un biografía suya. La Sociedad Económica de Amigos del País, que hasta entonces dirigía él, también celebró sesión, quedando la silla presidencial vacía en respeto por su muerte, haciendo el subdirector una semblanza biográfica suya. El Ayuntamiento acordó en sesión de 17 de mayo nombrar una comisión para transmitir el pésame de la corporación a sus herederos.

Después de su muerte, el escultor Antonio Susillo esculpió un retrato de Ibarra en busto sin policromar que conservaron sus herederos, como preámbulo de un proyecto de monumento público en homenaje a Ibarra que no llegó a realizarse.

José María de Ibarra vivió en una casa-palacio de la calle San José con capilla privada, y en recuerdo suyo se rotulo la antigua calle de Toqueros con su título nobiliario.

Como ya se comentó en el encabezamiento de este artículo, al cumplirse el primer aniversario de la fundación de la  Feria de abril de Sevilla, la Diputación de Vizcaya regaló al Ayuntamiento de Sevilla un retrato de José María de Ibarra pintado en 1948 por Enrique Nieto Ulibarri.

En 1988, sus restos mortales fueron trasladados al cementerio de San Fernando, a un panteón donde descansan junto con los de su esposa, y otros familiares.




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