La ciudad no había conocido nada semejante en colas por todas partes desde la Exposición Universal de 1992. Los templos recuerdan lo que pasaba en los pabellones de la Isla de la Cartuja. Es sorprendente y se ha demostrado, con una prueba difícil como esta, el vigor de las cofradías, su atractivo inigualable e incomparable con cualquier otra entidad católica (Catecúmenos, Cursillistas, Opusdeístas, etc.) para atraer a miles y miles de personas hacia la fe en Dios.
Supongo que el arzobispo Asenjo, que piensa seguir viviendo precisamente en Sevilla cuando se jubile, tendrá ya muy claro que la fe cristiana de los sevillanos pasa por las cofradías, sin comparación posible con nada, ni siquiera con su pastoral, con sus sermones ni los de nadie. Hasta donde las hermandades son capaces de convocar y llamar a filas (nazarenas), no es capaz de convocar nadie. Y también habrá aprendido el arzobispo que los pasos (que no le gustaban al prelado en los presbiterios) son los grandes e insustituibles altares de los sevillanos, con Sagrario incluido, donde se guardan el cuerpo y la sangre de nuestros crucificados.
Lo que está pasando estos días en las calles de Sevilla es digno de una profunda reflexión. Por lanzar sólo unas pocas preguntas al aire: ¿Se ha inventado con la pandemia una nueva forma de Semana Santa, la que muchos negaban -yo entre ellos- llamar Semana Santa en Sevilla si los pasos no salen a la calle? Supongo que todo esto no es completamente nuevo, y que tiene su precedente en los complicados días de la Segunda República española, cuando sólo La Estrella se atrevió a salir en momentos de gran peligro para lo religioso, y también entonces las sagradas imágenes montaron altares especiales en sus iglesias para ser visitadas por sus devotos.
Pregunto también si muchas de las estampas históricas que están ofreciendo las hermandades no acabarán repitiéndose para la celebración ordinaria de sus cultos grandes (como quinarios y septenarios) el día en que todo vuelva a la normalidad, pero se quieran recuperar por los priostes composiciones maravillosas de estos días, como La Borriquita en el retablo mayor de la Colegiata del Salvador.
Está claro que esta Semana Santa sin pasos no es la que queremos, pero está resultando admirable que la gente se la haya tomado como si nada pasara y las cofradías estuvieran saliendo. Las calles están llenas del ir y venir de un gentío que discurre con la naturalidad de siempre, con la misma inercia inculcada por la normalidad de toda la vida, antes de la pandemia.
Desde San Juan de la Palma, para ver a La Amargura, la cola entraba hasta la calle Gerona, como muestra una de las imágenes de este reportaje. Y el resto ofrecen testimonios gráficos inapelables: para Santa Marta, cientos de personas terminaban en la calle José Gestoso. En la Capilla de San Andrés, con la Hermandad de Los Panaderos, empezaba una cola que se alargaba por Orfila y doblaba la esquina con Laraña. Desde San Vicente llegaba la cola hasta Miguel Cid. En realidad, son meros ejemplos de lo que ocurría en toda Sevilla.
La ciudad ha regresado a la paciencia de las esperas, al aguante de pie, a creer firmemente en que le compensa la incomodidad con el esfuerzo de sus hermandades por dar lo mejor de sí mismas en este segundo año crítico sin pasos en la calle. La ciudad ha vuelto a ser la de las colas, que unos están aprendiendo (los más jovencitos) por primera vez en su vida; y otros se las conocen como expertos veteranos que hace casi treinta años, las tuvieron por continuas y a diario en un acontecimiento inolvidable para quienes tuvieron la suerte de vivirlo: la Expo 92.
Fotografías de Beatriz Galiano
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