He tenido que observarte mucho, Señor, mientras te hacía las fotos de esa noche en la que cenas con tus apóstoles. He tenido que buscarte el más profundo brillo de tu mirada y fue así como me di cuenta de que ya entonces empezó, antes que en Getsemaní, tu sufrimiento. Te comprendo. ¡Cómo nos cuesta a los humanos decir de algo que es lo último! El último beso, el último abrazo, el último tren, la última oportunidad, el último día… Nos cuesta tanto que hasta hemos inventado ilusamente decir eso de “la penúltima”. Pero hay cosas que, queramos o no, son la última vez que ocurren. Veo tu dolor de despedida en tu última cena.
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