Toros en Sevilla: Sí, la Puerta del Príncipe también se puede mangar
Impresentable corrida de Victorino, sólo salvada por el quinto, aprovechado por un gran Antonio Ferrera

Le reconozco, querido lector, que varios posibles titulares pasaron por la cabeza de este cronista mientras se jugaba la sexta del abono de este año en la Plaza de Toros de la Maestranza de Sevilla, la de Victorino Martín y los extremeños Ferrera y Perera. Y los iré mostrando. Pero todo reventó con la salida del quinto, Pobrecillo de nombre. Se comportó de forma distinta a los sosos y descastados anteriores en cada paso que dio y sólo ofreció dudas cuando salió huyendo de los primeros capotes que se le ofrecieron.
Sin embargo, Antonio Ferrera se hizo con él en cuanto lo metió en el capote y le pegó diez lances soberbios. El toro tenía condición, embestía con codicia y, aun justo de fuerzas, humillaba y se movía. Un auténtico regalo después de una tarde de todo lo contrario. Vistosa salida del caballo toreando a una mano, soberbios cambios de mano y significativa una espléndida serie de naturales en la que, tras rematar, se quedó mirando a los tendidos de sol, los que pidieron con fuerza la oreja en su segundo, que eso forma parte de la historia.
Cuando citó al toro andando desde quince metros para entrar a matar, el presidente, que le había negado la primera oreja, debía estar temblando ante la posibilidad de tener que darle dos. El extremeño pinchó al magnífico victorino pero el certero segundo intento de la misma guisa le hizo merecedor de los dos apéndices. Aunque los pañuelos no dejaron de flamear tras la concesión de la oreja, la que habría sido justísima segunda se fue al desolladero.
La explicación es bien fácil: si el presidente, de nombre José Luque Teruel, hace justicia y le da las dos a Ferrera, el mangazo de la Puerta del Príncipe habría sido aún más evidente. Y aquí hay que aclarar varias cosas.
En el tercero de la tarde, segundo del torero nacido en Mallorca, la petición fue mayoritaria, aunque en los exquisitísimos y sombríos tendidos 1 y 3 remolonearon con los pañuelos y Luque no se arevió a cumplir con su obligación. Ese toro, llamado Director, embestía con timidez, sólo se empleaba hasta la mitad del pase y cabeceaba. El torero, en torerazo, lo cuidó, lo pulió y le acabó arrancando varias series por los dos lados, ofreciéndole los vuelos y tirando de él. Sobresalió la última, con la derecha, sin espada y rematada con un cambio de mano, dos naturales y un adorno. Mató andando desde quince metros y colocando un espadazo en todo lo algo.
Todos los aditamentos para que se hubiera atendido la petición de toda la plaza, no sólo la cicatería de los tendidos de sombra. Esa fue la primera parte del mangazo consumado dos toros después, cuando ya la Puerta del Príncipe era imposible.
Bien por Antonio Ferrera, de cuyas excentricidades también comentaremos algo.
Hasta la salida del quinto y las emociones que desencadenó, uno de los titulares barajados fue “Victorino, la realidad acaba con el mito”. Porque lo vivido hasta entonces fue impresentable.
Y cuando decimos “impresentable” queremos decir impresentable. No es que los bichos no se dejaran torear por ser agresivos, por ser unas alimañas que se defendían y propiciaban una faena dura, no. Es que no se podían torear porque eran unos toritos tontos, bobalicones, sin alma. Algo debe estar pasando en esos campos y algo debe hacer el ganadero, porque de la fama no se puede vivir. Uno, sin recorrido; otro sin ganas y que parecía embestir por justificar su ser; otro que quedó millones de kilómetros por debajo del torero; otro, blando, de malos andares y que se desinflaba en la mitad de cada pase. Un auténtico desastre o, como dicen los taurinos, un fiasco ganadero.

Es el momento de compartir otro de los titulares pensados hasta la salida del quinto: “Victorinos, una corrida sin alma”.

Se les acercó, aunque no llegó, el sexto. No aparentaba demasiada condición, pero se movía y acudía a los engaños. Hasta que a la tercera serie con la muleta cogió a Miguel Ángel Perera, lo tiró y lo levantó luego, posándolo con la espalda sobre su cara. Siguió toreando pero echando sangre por la zona lumbar y con evidentes señales de dolor. Además, el bicho, lógicamente, cambió su comportamiento y fue imposible hacerle más. El diestro de Badajoz tuvo que ser trasladado al hospital.
A destacar los brindis de los dos toreros extremeños al compañero y paisano (éste de Cáceres) que debería haber estado con ellos en el albero de la Maestranza, Emilio de Justo, que se recupera de su tremendo percance en Madrid el Domingo de Ramos.
Acostumbrados como estamos a presenciar tremendos mangazos en el mundo del fútbol para beneficiar al Madrid y también al Barcelona, resulta que ahora tenemos que también existen en las corridas de toros. Lo que pasa es que allí pierden equipos que, salvo honrosísimas excepciones, suelen ser conniventes con la mafia. Aquí, en el día de ayer, con el escamoteo de la Puerta del Príncipe, Ferrera se dejó algo por el camino, pero quien de verdad perdió fue sólo la Fiesta.




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