El quinto salió raro. Apenas si llegó a los medios y se paró. Miraba y remiraba vaya usted a saber qué, pero no se movía. El gran Juan José Domínguez fue capaz de llevarlo a una mano al burladero de matadores, pero el animal no dejaba de mirar y querer irse a la puerta de toriles. La lidia durante la suerte de varas fue complicada -a pesar de que el toro embestía y metía la cabeza- y todo apuntaba mal…
Y, entonces, Pablo Aguado salió a hacer el quite. Y le pegó unas chicuelinas vibrantes, auténticas, girando durante el embroque. Y dio una media primorosa. Y otra más. Y la plaza se volvió loca, tanto los de siempre como los ocasionales, un tanto extrañados al tener al sevillano poco menos que como convidado de piedra en el cartel, que tiene coj…eso.
Roca Rey no se arredró y respondió. Intentó -después de un tiempo, demasiado, esperando que el toro se fijara en él y logrando así la expectación deseada-, decimos, intentó unas gaoneras, siempre efectistas y espectaculares, es decir, su palo, pero…
Y todo quedó en su sitio.
Aguado había enseñado al toro y todo mundo había visto que un nuevo capítulo de la rivalidad entre estos dos matadores se saldaba con el apabullante resultado habitual, el mismo que hubo la última vez que compartieron cartel en Sevilla en la mítica tarde del 10/5/2019.
Que la temporada de Morante va a pasar a los anales de la historia de la Fiesta es algo que todos tenemos, a estar alturas, más que asumido. Y la corrida que debería haber sido el Domingo de Resurrección pero que se jugó con luz de otoño en la Maestranza lo corroboró.
El cuarto de la tarde mostró nada más salir su extraordinario pitón derecho, lo que nos dejó cuatro lances maravillosos en el recibo, alternándose cada uno con otro que no podía ser igual. El izquierdo no servía.
Cuando armó la muleta, se llevó al manso y flojo animal de Victoriano del Río al centro de la plaza para demostrar porqué es tan buen lidiador, porqué está tan cerca de ese ilusorio arcano de ser el torero que le puede a todos los toros. Dos series por la derecha con remate por bajo luchando, además, con que el toro no se fuera a las tablas, a cuyo hilo pudo enjaretar incluso una tanda de naturales, algo imposible apenas minutos antes.
Ya con la espada de matar, regaló otra serie por la derecha antes de pinchar dos veces y lograr una estocada, trasera y atravesada. La faena, una lección de toreo, de algo más que una oreja, se había quedado en méritos de vuelta al ruedo, algo que ni el público pidió ni el torero se planteó, que estamos hablando de D. José Antonio Morante, oiga. Un elegante saludo lleno de satisfacción por la ovación que estaba recibiendo, de las más cálidas y cariñosas que se recuerdan en Sevilla.
Roca Rey lidió el mejor lote de la tarde. Los de Victoriano del Río salieron, en general, mansos y con poca fuerza, pero también nobles. En el tercero, el de la oreja, un gran toro, se dio la curiosa circunstancia de que el toro enseñó a torear al matador, que estaba dando un recital de echar al toro para afuera en cada pase. El animal se empeñó en no hacer caso y seguir la muleta constantemente, propiciando una serie en redondo y varios derechazos sin dejar de tener los hocicos en la tela.
Pinchazo, estocada delantera y una blandurria generosidad para una oreja con muchos motivos para ser discutida. Comentario de un aficionado peruano: “Qué mala suerte ha tenido tan buen toro”
En el quinto, sobrepasado por la que le había dado, una vez más, Pablo Aguado, hizo de novillero de arrimón en vez de hacer de máxima figura del toreo con un animal manso, sí, pero que embestía y metía la cabeza. Algunos tendidos se volvieron locos con tanto pitón dentro de la taleguilla, ya con el toro rajado, de manera que más de otro suspiró con el pinchazo que le podía privar de un trofeo y le privaba seguro de los dos.
Pablo Aguado sufrió en la tarde de la vuelta de los toros a Sevilla. Primero, porque el tercero, noble, tenía menos fuerza que España en Europa, de tal suerte que no embestía, sólo pasaba por el lado del matador. Por último, porque el sexto, de Toros de Cortés, era bronco, a contraestilo, y sólo aguantaba, y malamente, dos pases. Y en medio, porque después de cortar a su primero se le reprodujo su vieja lesión en los ligamentos de la rodilla. Tuvo que infliltrarse durante la lidia del cuarto y acabó cojeando con el verduguillo en la mano para acabar con el sexto y acabó en la enfermería.
Así fue la vuelta de los toros a Sevilla (ficha), con gran ambiente, mucho atuendo abrileño en el respetable -un punto anacrónico a pesar de que el otoño sea una segunda primavera en la ciudad-, muchas caras de satisfacción y muchas ganas de pasarlo bien y como siempre, tanta que incluso llegaron a resultar agradables los asiduos gritos a destiempo desde el tendido (“música”), sus respuestas (“que te calles”) y sus contrarrespuestas (“no me da la gana”). Bendita y ansiada normalidad…