La expectación levantada en Sevilla por los santacoloma-buendía de la ganadería de La Quinta no resultó un fiasco total gracias a la sabiduría de Daniel Luque, que fue el único que vio que a lo poco que tenía el quinto de la tarde se le podía sacar partido. La corrida en la Maestranza iba cuesta abajo por culpa de unos toros sin casta cuando salió Ibarreño, cárdeno, de buenas hechuras y que no hizo nada bonito durante la lidia.
Los tendidos, desesperanzados por la tarde que estaban sufriendo, observaron con sorpresa cómo el de Gerena se fajaba con el toro y lo intentaba una y otra vez, con mucha paciencia, movimientos suaves, dándole tiempo, parsimoniosamente pero con determinación, seguridad y aprovechando la única caracterísitica positiva que mostraba el animal: fijeza. Tras mucho trabajar, los muletazos preparatorios se convirtieron, como por ensalmo, en series dignas de ser jaleadas, especialmente la segunda de naturales de las dos que dio, rematada con un cambio de mano.
El toro nunca dejó de tener complicación, ya que conforme la faena avanzaba su comportamiento cambiaba. Luque decidió acortar las distancias para meterse entre sus pitones porque era la única forma de seguir toreando. Nada de galería, fue un arrimón de verdad, de toreo sincero de cerca y lento. Muy lento.
El espadazo con el que pasaportó a Ibarreño hacía a Daniel Luque merecedor de las dos orejas, pero el público guardó los pañuelos cuando le dieron la única y el presidente, que podría haber tirado palante, se sintió bien sin presión y decidió no meterse en líos dando cuenta, una vez más en esta Feria 2023 -no sería la única de la tarde-, de su caprichoso comportamiento.
El Juli culminó con esta corrida su presencia en el ciclo abrileño, aunque volverá en San Miguel. Y sería conveniente que no tuviera las cosas tan fáciles como habitualmente le ocurre en el albero maestrante. Le salió un buen primer toro, que pareció soso, que parecía que embestía sin codicia. Sin embargo, al final de una faena aburrida le pegó una vibrante serie de derechazos que llevó a pensar que el animal tenía mucho más de lo que pudimos ver. Eso sí, petición abrumadora (“que es el Juli, ome”) de un público siempre demasiado complaciente y poco exigente con el madrileño, acomodado a esta situación. El presidente, en un bandazo más, pasó olímpicamente de los pañuelos y dejó ir al toro con las orejas puestas.
¿La faena era de oreja? No. Pero, reglamento en mano, si la petición es mayoritaria hay que darla, aunque sea facilona, como hubiera sido el caso.
El segundo enemigo de Julián López fue complicado y aunque se tragó algún muletazo siempre daba la impresión de que en cualquier momento podría hacer alguna barrabasada por el peligro que transmitía. Tres pinchazos se contaron antes de la estocada definitiva.
¿Y Pablo Aguado? ¿Qué hacemos con Pablo Aguado? ¿Qué contamos de él? Porque con las cosas que le hemos visto es duro pensar que va cuesta abajo. Su primer toro, sin apenas sustancia, sufrió las consecuencias de una mala briega y llegó a la muleta con demasiados capotazos. Punteaba el trapo, reponía pronto y se encontraba a gusto en las tablas, así que, con una querencia tan pronunciada, no acabamos de entender por qué el sevillano se empeñó en torearlo sobre las rayas del tercio cuando el animal pedía que lo sacaran. Ya no sabremos que habría pasado si lo hubiera hecho.
Recibió al sexto con unas verónicas maravillosas, pero el toro presentaba muchas dificultades en la muleta. Una buena serie por la derecha fue halo de esperanza que, desgraciadamente, se desvaneció pronto por falta de continuidad y recursos. Pablo Aguado se despide de Sevilla hasta septiembre sin haber hecho nada destacable.
Y La Quinta ya ha debutado en Sevilla, anhelo de la ganadería desde hace unos años. A ver si para la próxima…
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