El sábado de Feria, último día oficial de la del Real, se pudo ver la que, a no ser que medie milagro con los Miuras, será considerada la faena de la Feria.
Morante tuvo que aguantar hasta insultos desde el tendido -en una preocupante deriva que parece no tener fin- simplemente porque abrevió con su primer toro de Torrestrella. “Es que ni lo ha intentado”, era el argumento más escuchado. Pero señora María, ¿cómo que ni lo ha intentado? ¿No ha visto usted que el animal no humillaba ni se empleaba y desarrollaba sentido en cada pseudo embestida? No llegó a ganarse el calificativo de alimaña porque el maestro abrevió.
(Permítame el inciso, especialmente virulentos se mostraron varios jóvenes aficionados portugueses, con varios cubatas dentro y siempre uno en la mano, animados por uno sevillano, que al gritar desaforadamente les abrió la puerta a éstos. Que ya estaban facilones… Luego volveremos sobre esto)
Cuando salió el cuarto Torrestrella, Pocasganas, la historia pareció repetirse. Lo unico distinto es que este perdía las manos y fue devuelto. El sobrero, de Garcigrande, salía suelto de los capotazos e hizo un poco lo que le dio la gana. Sin embargo, tenía casta. Llegó la hora de la muleta y justificó la fama de su ganadería de que eso es lo suyo. Fue mosqueante que mientras el Lili intentaba acercar a Ballestero desde el seis, Morante esperara aculado en las tablas del cinco, aparentemente indolente.
Peeeero…
Lo citó con la izquierda para darle un buena serie, que pasó a ser mala con las dos siguientes por la izquierda, rematada con un cambio de mano que acabó en trincherilla tan lento, largo y profundo que antes acabó el público de jalearlo que el genio de darlo. José Antonio de nuevo mostró encontrarse a gusto con el toro, aunque es posible que este le hiciera trabajar más que el del día anterior.
Humillaba y siempre demostró casta y una embestida codiciosa. E-mo-ción. Morante lo fue administrando, dándole tiempo y dejándolo respirar, pero consiguiendo, a la vez, ligar series en las que cada pase era más lento, más bajo, más templado, con mejor distancia… Dio la impresión de que pudo dar una tanda más antes de irse a por la espada, pero es posible que pesara el recuerdo del día anterior, cuano lo hizo y no funcionó. (sigue más abajo)
Estocada traserilla, aviso -el toro tardó en caer- y dos orejas incontestables.
Los pinchazos, descabellos y todo lo demás de su primero dejaron de existir, como por ensalmo. Y como debe ser.
El Juli estuvo bien con el tercero, un toro que tardaba en responder y cuando lo hacía era noble, pero con una embestida extraña a saltos, sin fijeza y sin calidad. Lo toreó con el pico de la muleta y lo mató de una estocada traserilla. El quinto, poco menos que lo mismo, con menos fuerza y, por tanto, cabezazos, saltitos. Lo intentó Julián, pero era un pa ná.
Manuel Perera, un buen torero, vivió su día más importante: la alternativa. Y se comportó como debe hacer un recién llegado al escalafón: ganas, lances y pases de rodillas, portagayola en el sexto… Apuntó detalles como un galleo por chicuelinas para llevar al toro al caballo o un buen quite por tafalleras al segundo de El Juli. Demasiado hizo ante los enemigos que le tocaron, de todo punto imposibles.
Mal los toros de Torrestrella. Grandes, gordos a veces y, en general, con pocas opciones El noble no tenía fuerza y el que sí respondía era agresivo y difícil.
Una nota positiva, hombre. Para alivio de todos, el palco no tuvo que tomar ninguna decisión comprometida.
Nota Post Post: Sobre los aficionados portugueses mencionados antes, son el ejemplo de un fenómeno nuevo en la Plaza de Toros de Sevilla. El que viene de fuera, sea de donde sea, en vez de ver respeto e imitar, ve falta de respeto y, para divertirse con extraña diversión, imita. No sólo este grupo de jovenzuelos aficionados al vaso, sino, en general, cualquiera que llega sin saber qué se va a encontrar. Lo curioso es que les guste más esto que el mito de la silente Maestranza, en franca regresión.
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