La verdad, resulta complicado plasmar lo que se siente ahora. Tal vez lo mejor sea hacerse preguntas, con el ruego, por favor, de que si se saben las respuestas se ofrezcan vía twitter, correo, comentario. Pero es que, si la tarde de toros en Sevilla ha tenido una Puerta del Príncipe (el Juli) y una oreja (Manzanares), ¿por qué una sensación tan plana, tan poco emocionante? ¿Cómo es que la gente no ha salido toreando? ¿Cómo es que no ha habido locura en las tertulias posteriores, sorprendemente sosegadas? Si en el ruedo de la Plaza de Toros de la Maestranza de Sevilla ocurrieron cosas, ¿por qué esa apatía? ¿Puede ser que es que lo pasó no fuera realmente emocionante?
Los datos, fríos, dicen que el Juli cortó tres orejas y Manzanares una. Y más allás de los datos, que el alicantino, además, pudo cortar otra, que los de Garcigrande no estuvieron mal, pero…
El primero de la tarde, bien presentado, apuntó muy poco de salida, se escapó del caballo tras el segundo puyazo y siempre pareció que se iba a rajar. Y Julián López cogió la muleta con la derecha y fue ahormando la embestida del Garcigrande (Domingo Hernández). Dio varias series por los dos pitones lentas, templadas, con la mano baja y, hacia afuera, aprovechando el largo recorrido del toro, que resulta que se había tornado enclasado, repetidor, aceptando con prontitud las citas, muy cercanas siempre a su hocico.
Resulta curioso que en principio, Ofiverde, que así se llamaba, pareció ir mejor por la izquierda, pero luego, en la muleta, el pitón derecho fue igual de bueno. La conclusión es que tenía condición, pero había que darle la oportunidad de la mostrara. Y eso lo consiguen toreros como el Juli.
Total, que después de una estocada trasera y caída, repetimos, “trasera y caída”, la litugia de pedir la oreja, que se conceda, insistir y que se dé la segunda. ¿Liturgia o rutina?
En el cuarto, Etrusco, de Garcigrande, más de lo mismo. El toro no humillaba y mostraba un comportamiento irregular, no respondía a los toques y se limitaba a pasar bajo los engaños, sin embestir. Sin embargo, a la segunda serie con la muleta ya estaba humillando y repitiendo. Las series eran lentas, templadas, largas y, también, hacia afuera. Pinchazo, es decir, error al entrar a matar, estoconazo, petición, oreja y Puerta del Príncipe.
Y sin los pulsos mínimamente alterados. Como quien lava.
Y en estas salió el quinto, de Garcigrande, para José Mari Manzanares. Llegó a la muleta humillando y siempre se desplazó bien. Sin embargo, pegaba cabezazos, acortaba la embestida al tercer pase y provocaba enganchones constantemente. Al tercer intento de serie, por fin, completó una el alicantino, dando dos más, una por cada pitón, y una última en la que el toro siempre punteó la muleta, salvo en el buen cambio de mano. Lo poco que tenía el toro fue exprimido meritoriamente por el torero, y la certera estocada más el recuerdo de los pinchazos al segundo poblaron los tendidos de pañuelos. Liturgia y oreja.
Y es que en el primero de su lote, Manzanares estuvo aseado, ganándole al toro, pero sin ganarse al público más de lo que habitualmente lo tiene ganado. Por eso se empleó en una última serie culminada por la izquierda tras un gran cambio de mano que sí hizo que el personal se viniera un poco arriba. Pero esos desconocidos pinchazos…
¿Y Aguado? ¿Qué pasó con Aguado? ¿Tampoco alteró el pulso? Pues, la verdad, el único momento en que se vio a la Maestranza de Sevilla crujir con el corazón fue en los lances que le propinó al que cerraba. Fueron una decena de verónicas magistrales, especialmente tres por el derecho. Cuando cogió la muleta y se hizo un sobrecogedor silencio sí dio la impresión de que se estaban esperando cosas distintas, especiales, incluso por encima de la Puerta del Príncipe. El toro galopaba con un bonito son, pero llegó a la muleta amagando con rajarse.
Tuvo que luchar contra eso Pablo Aguado, que primero se lo llevó al centro del ruedo pero acabó toreando junto a las tablas. Intentó, con una actitud encomiable, una serie de frente, por la derecha y a pies juntos, pero es posible que en ese momento hubiera convenido torear sí, al hilo de las tablas, pero sin sacar al toro de ahí y siempre en ese sentido, esto es, derechazo cambio de mano y natural, o pase más pase de pecho, con el toro abrigado y hacia su querencia. Porque el bicho embestía. Con la faena agotada, le dio media estocada.
Así pasó el primer cartelón rematadísmo de los días de farolillos. Con la extrañeza de que a la Puerta del Príncipe la tuvieron que despertar para abrirla, porque ni ella misma se había enterado.
Y, por favor, encantados si nos responden a las preguntas de más arriba.