Lo de que la primera sensación es la que cuenta no va mucho en el mundo de los toros. Y menos en tardes como la inicial de la Feria de la Salud de Córdoba, la de los toritos artistas de Juan Pedro Domecq, nobles, incluso enclasados, pero faltos de raza, de casta, de bravura… Faltos de lo más importante. Y es que lo del que cerró plaza, el último, el que dejó la sensación definitiva, fue de auténtica vergüenza (acep. 1). Un espectáculo tan bochornoso que superó con creces el bochorno meteorológico de la tarde cordobesa.
Después de no tener capacidad para embestir de verdad, con alma, ni una sola vez -incluso a pesar de que apenas recibió castigo en el caballo-, aprovechó que Pablo Aguado iba a cambiar la espada para echarse junto a las tablas, en el mismísimo burladero de matadores. Cuando se le pudo levantar, volvió a repanchingarse no más sentir los dos pinchazos superficiales que le propinó el torero sevillano. Se le apuntilló mal y se levantó de nuevo para caer definitivamente tras una estocada contraria y atravesada, consumando un vergonzoso sainete ganadero que nadie merece. Bueno, sí: los toreros lo merecen y no tienen derecho a quejarse cuando piden estos toros una vez tras otra.
La historia de los otros tres de Juan Pedro (los restantes dos que suman seis eran de María Guiomar para el rejoneador Diego Ventura) fue similar. Quizás no tan sangrante como la de este Soberbio (que tiene coj…eso el nombre) que cerró plaza, pero, en términos generales, muy parecida.
Aparentemente embestían, tenían movilidad, pero eran incapaces de llevar emoción al tendido de puro bobalicones.
Morante pudo hacer algo con su segundo, el menos malo del encierro. Lo toreó bien con el capote, con unas bonitas largas a una mano. Y lo llevó dos veces al caballo galleando, la primera por chicuelinas más una larga cordobesa y la segunda a una mano.
El toro respondía con prontitud y aunque justo de fuerzas y sin humillar, se le pudo hacer faena. A media altura, Morante pudo hilvanar series por los dos lados, sin un ápice de emoción por la escasa casta de su enemigo, pero plenas de torería. A la cuarta, el animal empezó a protestar, pero, cuidándolo mucho, el de La Puebla incluso puso al público en pie con una última tanda de manoletinas y un abaniqueo la mar de pinturero. Tenía la oreja en la mano, pero dejó menos de media que salió, un metisaca y finalmente y tras escuchar un aviso, una estocada caída. Con una gran ovación fue invitado a dar la vuelta al ruedo, oferta cariñosamente declinada desde el tercio.
De los dos primeros de los toreros de a pie poco hay que destacar. Bonito el primero, no tanto el segundo, blandos, sin fuerzas y sin casta ni raza ninguno de los dos. Morante pinchó cuatro veces antes de matar de una estocada tras ser avisado y Pablo Aguado pasaportó al suyo de un bajonazo infame.
Los dos dibujaron muletazos de buen trazo y algún que otro lance a la verónica de gusto exquisito, pero cuando el toro se dedica a ir y venir y no sabe lo que es la codicia al embestir porque su falta de raza se lo impide…
Alguna cosa más.
La temporada de Pablo Aguado no acaba de arrancar. Y no tiene visos de que vaya a hacerlo en breve. Las dos próximas corridas son en escenarios secundarios. En unas horas, 21 de mayo de 2022, en Baeza, con toros de Domingo Hernández (Garcigrande) y el domingo, 22 de mayo, en Sanlúcar de Barrameda, Santiago Domecq. El jueves, 26, hora de la verdad: vuelve a Madrid, oooootra vez con Juan Pedro. Y visto lo visto…
¿Dispuesto? Sí. ¿Voluntarioso? También, pero, a las alturas de temporada en que estamos, poco. Muy poco para lo que se espera de él.
Junto a Morante y Aguado hubo otro matador, a caballo, Diego Ventura. Fíjense como fue la tarde que incluso los menos aficionados al rejoneo agradecían haber podido divertirse algo con lo ofrecido por este pedazo de torero. Falló con el rejón de muerte y perdió las orejas del primero, pero le hizo una señora faena matando a la primera al cuarto y llevándose dos orejas. Dos orejas más.
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