Por Francisco Pavón
Dos orillas bañan al río Guadalquivir a su paso por la capital andaluza, dos filosofías de vida tan diferentes como complementarias, Sevilla y Triana. Sin la primera, la segunda no hubiera existido, sin esta la primera perdería parte de la gracia que atesora.
Historia de marineros, obreros, alfareros e industriales, barrio que surgió de la nada. Frente por frente el señorío y la elegancia de la ciudad eterna. La unión entre ambas, mediante el Puente de Triana, aunque siempre me gusta llamarlo por su nombre original, Puente de Isabel ll. Maravilla arquitectónica que data del año 1852 y que es considerada Bien de Interés Cultural, Patrimonio Histórico de España.
Sevilla se preparaba en los inicios del siglo XX para vivir un periodo de auténtico esplendor. Los primeros augurios para celebrar la Exposición Iberoamérica eran evidentes, las estaciones de ferrocarril plaza de Armas y San Bernardo se convertían en realidad. Más adelante llegarían construcciones como la plaza de toros Monumental y el famoso hotel Alfonso XIII. Hablamos de restauración urbanística acompañada de grandes arquitectos como Aníbal González, Juan Talavera y Heredia o José Espiau y Muñoz.
En medio de todo este proceso de cambio surge la llamada Edad de Oro del toreo (1914-1920), hablé de dos orillas que bañan a la antigua Híspalis para mencionar a dos toreros que representaron la esencia de ambas, identificaron a la sociedad y dividieron Sevilla taurinamente provocando un auténtico boom. Hablo de Joselito “El Gallo” y Juan Belmonte.
El clasicismo lo impuso José, podemos decir Plaza de España, Giralda, Calle Feria, Sierpe, Esperanza Macarena…, nunca dejó indiferente. Juan fue el barroquismo de la Torre del Oro, el cante hondo salido de la nada en un momento de inspiración, Plaza del Altozano, Calle Betis, Pureza, San Jacinto, cualquier bello rincón escondido.
Ilusiones que pueden resurgir como flor de primavera, viernes 10 de mayo de 2019, Pablo Aguado recupera la sevillanía perdida por mediación del callejón de los sueños, durmió la Maestranza, despertaron los poetas, se abrió la Puerta del Príncipe en una tarde para el recuerdo. El espíritu de Manolete impregnaba Linares, 30 de agosto de 2020, Juan Ortega fragua una faena histórica que queda en la retina de los aficionados, compás de tango por bulerías a ritmo muy lento, parecía que no acababa, los tendidos quedaron impregnados de buen toreo.
Conceptos que comparten un mismo corte, ambos parten de la naturalidad, la templanza, el relajo, el suave tacto para mecer un capote. Después cada uno lo interpreta tal y como es, como le nace en ese determinado momento. Llegados a este punto aparece la pureza, se pone en valor lo que para mí significa la tauromaquia, todo es entrega, suaves caricias más que limpios muletazos.
Ortega y Aguado no son comparables con Joselito y Belmonte, no van a alcanzar tal grado de magnitud, no existe la figura absoluta, ni los tiempos son los mismos, por encima de todo seamos realistas.
Sí podemos establecer una especie de evidente semejanza, como dije al principio Sevilla y Triana bajo la bandera de dos toreros de ensueño cien años después. Qué importante sería que esto se llegará a producir, el revuelo sería total, sería el verdadero renacer de la afición sevillana. Ahí dejo el mano a mano…
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