La expectación que en el mundo taurino -especialmente en Sevilla- levantó ver en el mismo cartel a Morante, Aguado y a los santacoloma de La Quinta, no tuvo reflejo en la entrada, ya que sólo poco más de un cuarto de anfiteatro de Arlés vio sus gradas ocupadas.
No hubo restricciones de aforo, pero sí condiciones especiales para acceder.
Aun así, los que conocen el percal taurino en la zona coincidían en afirmar que el hecho de que la corrida estuviera aislada fuera de su calendario habitual y sin formar parte de un ciclo continuado dentro de los festejos populares de Pascua en Arlés era lo que, en realidad, había hecho retraerse al público.
Buen ambiente, gente de todo tipo, perfil diametralmente opuesto al acostumbrado en las plazas andaluzas y calor. Mucho. Tal vez para estar a tono, porque ya me dirán si no tiene perejiles (mi amigo Virgilio dixit) que para ver a dos torerazos sevillanos enfrentándose a una ganadería sevillana haya que vernirse a Francia, a las mismas orillas del Ródano…
Reconozcámoslo, no sabemos si atribuirlo a la condición del toro -fue el mejor de la corrida- o a la buena vista del torero, pero, al final, resulta que el que mejor entendió a los santacoloma fue el toricantano Maxime Solera, un novato que no lo es tanto porque está harto de torear corridas duras en su recién acabada etapa de novillero.
Fue el toro que cerraba plaza, que propició un intensísimo tercio de varas (tuvo que recibir la tercera en la puerta de cuadrillas, esto es, moverse un cuarto de “ruedo”, para poder ir más en largo aún, ya que, recordemos, el coso de Arlés, antiguo anfiteatro romano, es elíptico) y al que Solera vio desde el principio.
Siempre citó de lejos y el toro iba y tomaba la muleta con codicia. Igual a mitad de serie no se le podía bajar tanto la mano, pero el matador lo sabía y lo solucionaba quedándose a media altura. Después de varias tandas, y ya con la espada de matar en la mano, se oyó cómo le decía al animal “vamos, que esta es la última de verdad”. A renglón seguido un subalterno le indicó desde el burladero que siguiera toreando. El objetivo: forzar el indulto.
Sin embargo, las dos últimas series no fueron buenas y no pudo ser. Además, el francés tuvo que entrar tres veces antes de que el de La Quinta cayera. El público, generoso, pidió fuertemente la oreja que, concedida, le abrió la puerta del coliseo de Arlés.
El sexto fue el mejor toro, pero todos los demás tuvieron literatura. O enriquecieron la generada alrededor de los toreros.
Todo el mundo estaba esperando a Morante. Sí. En Arlés, con los santacoloma, con Aguado (cabeza del escalafón) y con el paisano tomando la alternativa, los ojos del coliseo romano estaban sobre Morante. Significativo que recibiera un aplauso cuando apenas asomó la gaita por la puerta de cuadrillas antes de los larguísimos prolegómenos y que gritaran “¡Moranteeeeeee!” antes de que saliera su primer toro. Los mismos que sufrieron cuando se le coló en el segundo lance de recibo y los que disfrutaron cuando dio cuatro verónicas y una media primorosas. Seguramente no cayeron en que el toro fue envileciendo su comportamiento, acortando las embestidas y pegando tornillazos y por eso silbaron al maestro de la Puebla.
Resulta cansino el recalcitrante empeño de estereotipar a Morante como el alter ego de Curro Romero, “te amo pero si no, te odio”. Nada más falso. Y que ese falso tópico tape todo lo que pasa alrededor del torero en una faena. Como un toro, el tercero, que no paraba de andar, se daba la vuelta con inusitada rapidez y planteaba serias dificultades. Tan extraño resulta que las gradas piten constantemente como que, de repente, rujan a destiempo por medio derechazo.
Aún no hemos hablado de Pablo Aguado.
Igual que algún párrafo más arriba, aquí también tenemos que hacer examen de conciencia. Resulta difícil analizar la labor del diestro de la Huerta de la Salud cuando siempre tenemos presente el 10 de mayo o los de Albarreal en Huelva.
El triunfo en Arlés le llegó con el quinto. Y la faena fue un trasteo doblándose de inicio, un permanente intento de meter al toro (sometido estaba desde primera hora) y una clamorosa tanda de naturales lograda a base de genio, de porfía y de trabajo. Como colofón, un estoconazo -cosa valoradísima por estos pagos- que ojalá sea el primero de muchos.
Su primero fue de similar comportamiento, echándose de menos algo de casta. También tuvo el sevillano que trabajárselo mucho y sin pausa, porque el toro iba a menos clamorosamente. Pese a eso, ya con la espada cambiada pudo enhebrar unos naturales de seda para añadir a la serie con la derecha, tercera de la faena pero primera destacable.
Y el santacoloma que abrió plaza y convirtió en matador de toros a Maxime Solera nos mostró a un torero nervioso, tal vez superado por el acontecimiento, pero que supo templarse. Podrá contar que le dieron una oreja en el toro de su alternativa…
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