Por Belén Sánchez
Apenas faltan dos días para que finalice el año 2020. La noticia de la que todos los españoles hablan en este momento es sobre la llegada de la vacuna contra el Covid-19 a España. Ahora la pregunta que la mayoría se hacen es, ¿me pongo la vacuna o espero un año más para ver las reacciones en otras personas?, que egoístas llegamos a ser. Ojalá todos tengamos la valentía que tuvo Araceli en España. Y cuando pienso en Araceli, me acuerdo de ellos, de los maletillas, de los más veteranos, pero los de los pueblos.
Los viejos maletillas llevan casi un año sin salir de sus casas, sin montarse en sus coches para viajar a los pueblos más recónditos de nuestro país. Toda una vida sumando kilómetros para darle dos o tres capotazos a un toro o una vaca. En este 2020 comenzaron sus viajes como de costumbre, a sus pueblos preferidos, a los encierros favoritos, a las capeas que le han dado vida a su vida. Pero allá por el mes de marzo el año se truncó, y posiblemente la ilusión de muchos de ellos también.
Comenzaron muy jóvenes, quizás sus sueños eran ser toreros, sueños que por motivos que desconocemos se vieron frustrados. Algunos comenzarían haciendo tapia en ganaderías, pero finalmente han terminado viajando a pequeñas poblaciones donde la tradición de encierros y suelta de toros se mantiene en pleno siglo XXI. Detrás de cada persona se encuentra una historia imposible de juzgar. Les quedaron las capeas de los pueblos, calles de asfalto y plazas que más de un torero dudaría en plantarse en medio de ella, lugares donde ellos se sienten toreros. Y ahí los tenemos a ellos, año tras año, realizando cientos de kilómetros, horas de viajes, solamente para poder estar diez segundos delante de este animal, los maletillas.
Algunos ni siquiera llevan un capote o muleta, demasiado costosos, con un simple trozo de tela es suficiente, incluso con la tela de la vieja sombrilla de la playa. No podemos juzgarlos, quizás una muleta sea muy pesada para los viejos maletillas, o quizás nunca se han podido permitir tener los trastos de torear, lo único que sabemos es que nos reconforta verlos en las plaza año tras año.
Los viejos maletillas han sabido ganarse el respeto de la afición incluso de los que serán sus sucesores. Ojalá esos que se hacen llamar los futuros maletillas respeten tanto la tauromaquia como lo han hecho ellos a lo largo de toda su vida. Ellos, los maletillas, los veteranos, los de verdad, llegan a la plaza y sienten el cariño de la afición. Muchos son los que se les acercan, se saludan, se abrazan y se admiran. Y como en una corrida de toros la antigüedad cuenta, una antigüedad que por desgracia ya casi no respetan. Dicen que de esta pandemia saldremos mejores personas. Ojalá así sea y vuelva el respeto a lo antaño, a donde nace la afición, si queremos que la tauromaquia salga adelante.
Pero llegó la pandemia mundial y los obligó a encerrarse en sus casas, los maletillas más veteranos extremando las precauciones, pues son personas de alto riesgo. Y se acaba este 2020, apenas horas para despedirlo y no han sumado ni un solo kilómetro, ni una sola historia más a sus memorias, ni un solo segundo delante del rey de la fiesta, el toro. Esperemos que este año no haya sido el último año de ninguno de ellos, no se lo merecen. Los maletillas más que nadie se merecen disfrutar de un largo verano viajando de pueblo en pueblo, de capea en capea, con sus trastos de torear, o lo que quieran utilizar, y su nevera, repleta de pan, jamón y la bota de vino.
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