Todo en el ministro Alberto Garzón parece un juego de palabras y un estrambote. Quizá le viene de familia, porque su hermano, Eduardo, economista de la Universidad de Málaga, tampoco deja pasar la ocasión de practicar esa clase de malabarismos que te dejan entre perplejo y descoyuntado cuando sostiene que para acabar con la pobreza basta con imprimir más billetes y para acabar con el paro lo mejor es crear un millón o más de funcionarios.
Alberto, que es ministro de Consumo y comunista (nótese otra de las grandiosas paradojas: ser ministro de Consumo en un régimen incomestible donde sólo se consume pobreza y racionamiento) como pudo haber llevado la cartera ministerial encargada de pintar las rayas de las carreteras, fue colocado ahí como quien entra en casa con un ramo de flores y en lugar de colocarlo en un jarrón lo abandona en un rincón hasta que se pudran.
O sea, que se aburre soberanamente y ocupa el cargo más por la soldada y por hacer el bulto que por solucionarle nada a sus compatriotas, que le pagan el dispendio de ser ministro cuota del Marquesado y sube los precios de los refrescos por entretenerse en algo y joder a los ricos, pero cuando la electricidad se dispara un 27%, encima viene y te lo explica, que es por el bien de todos. Y de todas.
Ayer mismo, 10 de Febrero, como en el Ministerio no hay nada mucho mejor que hacer, Alberto, el ministro, ocupó la mañana en celebrar en las redes sociales el Día Internacional de las Legumbres, establecido por la ONU en 2019, que es un día tan señalado como lo es el Día Internacional del Hombre, el 19 de Noviembre, al que la ONU hizo coincidir con el Día Mundial del Retrete para dejar anotado en la Agenda 2030 que el futuro del planeta es feminista o no será.
Hemos pasado del Tío Calambres de Luis Aguilé, aquel cubano que al salir de la isla dejó enterrado su corazón en el castrismo, al Tío Legumbres que consume lunas de miel en Nueva Zelanda, que es una actividad netamente revolucionaria contra la opresión del capitalismo ricachón y consumista.
El ministro menestra es el rey del garbanzo y de la almorta, aquella legumbre tóxica de los pobres en la posguerra que provocaba latirismo después de un tiempo, una parálisis medular que te temblaba todo el cuerpo y te dejaba inválido para los restos si consumías las gachas bajocastellanas con demasiada asiduidad.
Con 1.350 millones de presupuesto, el ministro incapaz de bajarle el IVA a las mascarillas ni a la electricidad, ha adoptado para su Ministerio el lema de las lentejas, que si quieres las comes y si no… te jodes, porque su tarea es vigilar el precio del Aero-red, no sea que se nos dispare la aerofagia en el planeta y se desboque la agresión ecológica al Medio ambiente.
Lo que no parece contemplar en su dieta este Garzón (que no hay Garzón bueno -Alberto, Eduardo y Baltasar, los tres reyes magos de la demagogia- y lleva su falta de inclusividad hasta en el origen de su apellido de “garçon”) es la gramática española y le salen los “por ende” como una flor exótica que pretende revestir la nada con unos pelos o con un lazo que adorne la insustancia y la inanidad de su discurso hueco y de apariencia inofensiva, aunque luego se reúne con los “Tirofijio” y los Otegui para celebrar el marxismo-leninismo de los cien millones de muertos en el mundo y de las hambrunas en los koljós.
Por el consumo hacia el comunismo y contra el consumismo hacia la comuna. Venceremos.