Foto: Beatriz Galiano
Las hojas siempre son herederas de nuestros recuerdos. Surgen renovadas, pero como si se buscaran a sí mismas en la forma que las haga parecer inmutables y sin caducidad. El naranjo me las da así junto al retablo de Jesús de la Penas, conservadas en las tardes de Lunes Santo de mi infancia, aleteadas por una suave brisa que lleva mezclas de incienso y compases de una lentitud sobrecogedora en la marcha de Pantión.
Esas hojas sin tiempo me las dejó así una pasión más de mi abuelo por Sevilla. Y toman la luz de los faroles para pintarme sobre los muros de San Vicente todas las sombras del ayer.
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