La Iglesia tiene celos de las cofradías, los ha tenido siempre. Nunca ha sabido aceptar que la Semana Santa en Sevilla nos ha llevado al encuentro con Dios y con su Madre mucho mejor, más rápido y más claro que todo su ministerio (tantas veces más misterio que ministerio). Las cofradías han demostrado históricamente ser más inteligentes que la Iglesia, a la que le llenan los templos donde residen con una notable diferencia respecto de aquellos sin hermandades.
Yo mismo no hubiera creído tanto en Dios en misa como viendo un paso en la calle. Y como yo, miles. Y eso escuece al clero, al que no se le ocurrió precisamente la fundación, hace siglos, de las cofradías, sino a los laicos.
Asenjo ha dicho en la inauguración de In Nomine Dei, sobre el patrimonio de las hermandades, que sin pasos en la calle otro año aprovechen las cofradías para no distraerse de lo fundamental, de “lo sustantivo”, con “lo adjetivo”: la preparación y el trabajo que conlleva hacer la estación de penitencia. O sea, que la Semana Santa en la calle acaba siendo una mera distracción a la que no debemos tanta fe en Dios como nos sostiene gracias a las cofradías. Menos mal que estaba el comisario de la Muestra, Antonio Garduño, para proclamar que nuestros valores van siempre detrás de una Cruz de Guía.
Hace años que el arzobispo entró en Sevilla -con muy mal pie por cierto en La Macarena-, pero no me cabe duda que Sevilla no entró en él. Y que está a dos días de irse sin enterarse de nada.
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