Este preludio de muerte va por España, si nadie lo remedia. Un país que produce sus propios males, aunque también sus propios anticuerpos. Un país que enferma por la dolencia de no estar curado de espanto ni de curarse en salud. Al que es sencillo envenenarlo y hasta darle puñaladas traperas.
Se desangra, y al que se le ocurra curarle, taparle siquiera alguna herida, ya es señalado por una jauría a la que ahora, después de muchos años sin nombrarla, habla de patria y hasta, en algunos casos, en la versión trágica de su teatro, se han cubierto con algo de repelús, al modo de la francesa Marianne, con la bandera rojigualda. Aunque se rían con alguno de sus bufones que con la miseria de sus hocicos la mancha.
El día que muera, si muere, como les pasa a todos los finados, habrá sido buena, la echaremos de menos, y entonces valdrá la pena su entierro.
Merecerá la pena
cuando los huesos
rechinen con sus recuerdos,
cuando las palabras se descubran
como tierra de cementerio.
Cuando las lápidas dejen de mentir
y hablen mal de sus muertos,
cuando la gente acuda sin fe
a oír sermones sin sentimientos,
cuando los pésames
rompan los incómodos silencios…,
merecerá la pena este entierro.