Las cosas se pueden ir de dos formas: o por la puerta grande o por la de atrás. Y por la de atrás se va esta Feria que nunca existió, la que toma hoy ese camino de vuelta sin ida, color de languidez, pausado, al compás del crepúsculo que cierra un cielo sin apoteosis.
La de cosas que nos cuentan los balcones. Si yo hablara de aquellos que en casa de mis abuelos traían a Cardenal Cisneros la noticia del azahar… O los que en Adriano me dejaron ver la muerte asomada poco de los pies del Cristo de la Misericordia sobre el vientre desgarrado de su Madre la Piedad.
Este balcón que he visto en la calle Sales y Ferré lo dice todo y lo calla todo, todo lo que pudo ser y no fue en otra primavera de Sevilla. Los mantoncillos como desvanecidos sobre la palma de un Domingo de Ramos sin hosannas ni aleluyas de Borriquita, los farolillos sin luces y ni siquiera la leve caricia al aire de manos alzadas por sevillanas, me saben a crespones apenados por la vida que se va sin haberse vivido.
Queda una puerta entreabierta. Queda Sevilla esperando. ¿Qué sería de Sevilla sin la Esperanza?
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