Como servidor ha echado los dientes en el mercado se acuerda aún de esas señoras que se acercaban al verdulero. “Llévese esos tomates que son de Holanda“, le ofrecía el del puesto. A lo que la madre que tiraba del carrito de la compra con más kilómetros que horas de vuelo un avión, le contestaba: “Pero si allí no da el sol ni en verano, a mí deme aquellos de los feos, esos que son todos iguales parecen de plástico”. Y tenía más razón que los independentistas reconociendo que su república de chichi y nabo es un fracaso. Tomates buenos, los deformes, los que tienen cicatrices, protuberancias y más relieves que una cadena de montañas.
La variedad de tomate rosa antiguo es de esos. Tomates que saben a tomates. No a leño. Su piel finísima, también se les conoce como piel de doncella, permite cortarlos en rodajas enteras muy fácilmente. Pesan entre 300 y 500 gramos, son grandes y nos dejarán boquiabiertos por su magnífico gusto. Si puede, no los meta en la nevera, o al menos sáquelos con una hora de antelación para degustarlos. Para aliñarlos basta con un poco de sal gorda, sin aceite ni vinagre que le enmascare su sabor. Y si su bolsillo se lo permite -no son baratos,- al menos rásquese el bolsillo tres euros por kilo, úselos para gazpacho, le saldrá espumoso y muy jugoso, aunque no es lo más recomendable. Crudos no tienen competencia.
En la sierra de Granada y en la de Aracena en Huelva los están cultivando y comercializando con mimo. Son el caviar de los tomates.
Tomates de rama comparados con los rosas antiguos